Algunas personas, tras su desaparición, llenan ese enorme hueco que queda con recuerdos entrañables, miradas cómplices y manos siempre dispuestas, que contribuyen a mitigar la pena, llenando así de sentido la existencia.
La noticia del fallecimiento de Carlos Impuesto podía ser esperada, aunque no por eso ha dejado de ser cruel. Un maldito día en el que dejó parte de su vida en el asfalto, aunque sus ganas de vivir siempre le han acompañado hasta el último momento.
Para todos los que hemos compartido con él trabajo y afecto, conocer la mala noticia no fue suficiente. Al lunes siguiente, necesitábamos comprobar que su mesa se encontraba vacía, su ordenador apagado y admitir que ya nunca se levantaría solícito a solucionar cualquier problema con su permanente sonrisa.
Carlos era un buen trabajador, educado, agradable y sobre todo respetuoso con quién sabía respetarle. Había conseguido ganarse el corazón de todos, y por eso ahora, nos lo ha roto.